Muchas gracias por la confianza.
Llegaba a casa de mis abuelitos. Como de costumbre, encontraba ahí a mi tío, siempre tierno, pero taciturno. Con su mirada triste, pero sus palabras alentadoras, incansable, persistente, pero alcoholizado muchas ocasiones, tal como lo vi esa vez. A pesar de, cuando miraba a mis abuelos y a él, mi mundo se llenaba, eran como mi casa, mi refugio. Sólo que ese refugio tenía sus cuarteaduras, unas muy profundas.
Esa ocasión, al terminar de saludarlos, mi abuelita me dijo: platica con tu tío, dile que deje de tomar, él te quiere mucho y puede hacerte caso. Pensé: ¿qué le puedo decir yo, escuincla de 17 años? Me dirigí al cuarto donde estaba. Lo saludé y lo abracé. -¿Qué tienes tío?, pregunté. Comenzó a llorar, y yo junto con él. Le dije que no me gustaba verlo así, que él era un hombre muy inteligente, que sabía hacer muchísimas cosas y que era como mi papá, por eso me dolía aún más verlo entre botellas de cerveza, tequila, etcétera. Le pedí que por favor dejara de tomar, le cuestioné que por qué y para qué lo hacía si después de beber hasta el cansancio siempre se sentía peor y algo más grave le podía pasar.
De pronto me interrumpió. Hoy que recuerdo sus palabras, vuelvo a llorar. ¿Cómo me pides que deje de tomar con lo que me pasó? Hija, lo que yo quisiera es morirme porque lo que tengo es una herida tan grande que no se puede curar. Nadie lo sabe, nadie sabe lo que me hizo ese maldito, ese infeliz que ahora está muerto pero que me jodió la vida. -¿De quién hablas, tío?, le pregunté. De un cabrón que era hijo sólo de tu abuelo, pero que vivió con nosotros mucho tiempo. Gracias a Dios tú no lo conociste. Continuó hablando, sin parar de llorar, callaba por algunos segundos y retomaba su historia.
Yo tenía como ocho años. Éramos muchos en la familia, por eso era fácil que tus abuelos nos dejaran encargados con los hijos más grandes. Pero uno de los mayores era “ese perro”. Él y yo nos íbamos con tu abuelo al negocio y cuando él salía, ese maldito comenzaba a abusar de mí. Me acuerdo de todo, hija. Lo hizo muchas veces y por más que me defendía, no podía hacer nada, me ganaba de tamaño y de fuerza. Y me amenazaba una y otra vez, haciéndome sentir culpable. Me gritaba que tu abuelo y tu abuela nunca me iban a creer porque él era el hijo consentido de mi papá. Ojalá ahora esté en el infierno, yo sé que así es, pero ¿yo cómo le hago con todo esto? ¿Cuántos años han pasado con este dolor? ¿Yo qué hago con esto?
El impacto que me causó su relato no me hizo desfallecer, sino llenarme de coraje y le di todas las palabras de alivio que encontré, le pregunté por qué no había dicho nada. Aún así, nadie espera encontrarse con un caso así de cercano. Un@ siempre piensa que lo malo está fuera, no en su familia. Y no es así. Le pedí que fuéramos a alguna terapia, que lo platicara con alguien más que pudiera ayudarlo mejor, pero todos sus años de macho protector nunca lo dejaron asimilar lo sucedido, menos pedir auxilio. Traté de ayudarlo como yo podía, como yo entendía: queriéndolo más, haciéndole saber que yo estaba ahí, que podía confiar en mí y que si él quería que yo no contara nada, no lo haría. Días después dejó de tomar, aunque no definitivamente. Acaso dos veces más accedió a platicar del tema, sin lograr convencerlo de hacer algo más.
Después de que mis abuelitos fallecieron, me atreví a platicar esto con mi madre y con una de mis tías, quienes reconocieron que esa bestia que vivió con ell@s había intentado hacer algo parecido con una de ellas. La cultura de la familia: el silencio, la ignorancia, la falta de comunicación, la sumisión que antes era tan común y tal vez también la falta de amor, de atención, les impidieron levantar la voz y confrontar el tema, aún con los años que ya habían transcurrido.
Hoy mi tío ya no está con nosotros. En uno de sus arranques de alcoholismo y depresión, decidió dejarnos. ¿Cómo saber si prefirió irse que seguir atormentándose con lo mismo? Me pregunto ahora: ¿con esa grieta tan profunda, con esa forma tan obstinada de ser y con ese terrible vicio, cómo darle más ánimos, cómo juzgarlo por haberse quitado la vida si había tanto sufrimiento en él? Sé que la voluntad de hacer o dejar de hacer algo por sí mismo era suya, aunque sigo preguntándome si pude haber hecho algo más, y sé que sí, por eso es que me obsesiona el tema del abuso infantil, por eso es que nunca lo olvido, por eso es que quiero que tod@s recordemos siempre lo importante que es cuidar y comunicarse con l@s niñ@s… sé bien que nadie espera encontrarlo en su familia, pero estoy segura de que much@s tenemos una historia que contar.
@Mamelowsky