Zoraya, de 13 años, despertó en un cuarto oscuro, pero se tranquilizó al ver el rostro de su papá sentado en la cama al lado de ella; la tranquilidad le duró poco porque él comenzó a abrazarla de una manera rara. Trato de defenderse y de huir, pero mitad la fuerza física y otro tanto las amenazas de matarla a ella y a su mamá, la hicieron permanecer ahí.
Así fue como él empezó a abusar de sus hijas. Su excusa: la separación de su mujer. ¡Ni modo, si ya no puedo ser su papá ahora voy a ser su amante! Les dijo a las pequeñas, porque primero era solo Zoraya, pero después no fue suficiente y siguió con Xóchitl, de 8 años. Todos los fines de semana y muchas tardes era la misma rutina: salir de casa de mamá con él, ir a ver como iba el negocio y de ahí a algún motel donde hacia con ellas toda clase de cochinadas.
Zoraya tenía miedo, vivía sin hambre, sin sueño, sin ganas de estudiar, sin ganas de jugar, sin ganas de salir, sin ganas de vivir y no podía ser de otra manera, toda la culpa era de ella. Su papá a ella le compró el Iphone, le daba dinero, le compraba la ropa y los zapatos que le gustaban, pero con una sola condición, no decir nada de lo que estaba pasando. Él había dicho: -mira hijita, es bien fácil, hacemos esto por las buenas o por las malas, te portas bien y traes a tu hermanita con nosotros, hacen y se dejan hacer todo lo que a los hombres nos gusta o meto a su mamá a la cárcel y a ustedes les pego un balazo ¡Así de fácil! Así que mejor pórtense bien con papito, que al fin tengo más dinero que su mamá y les puedo dar todo lo que quieran.
Por eso Zoraya y Xóchitl se quedaron calladas. Tenían miedo de lo que les pudiera pasar a ellas y a su mamá, quien afortunadamente notó un cambio en sus hijas y a fuerza de paciencia y perseverancia logró que Xóchitl, con el llanto en los ojos, le dijera lo que les venía sucediendo con su papá.
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